sábado, 25 de mayo de 2013

Traspaso

       Sabía que lo habría de contener. Un copo de ceibo fresco, suave, liviano, vaporoso. Sabía la presión y el modo exactos también. Sabía del paso que daba, y sabiéndolo, apretó el copito de algodón dentro del puño. El chinchorro de chagas, hizo lo suyo
      Empuñarlo para que no se escape, recibirlo para que no desaparezca. El instante que no se siente, pero se sabe. Había hecho un giro, y empezaría el conteo: Fiebre, estrechez de pecho, úlceras y delirante caída. Caminar, tanteando la enramada que conduce hacia la casa. En silencio. Ya no hay apuro.
     Sabía que se la iban a traer, pero aun así no podía dejar de moverse. Arreglaba su peinado, saco, cartera, zapatos, y volvía a mirar por el ventanal agitando sus muñecas regordetas. Acomoda y reacomoda todas las pulseras, para sentirse cómoda e incómoda. Llegará. ¿Qué podría impedirlo? Ella era la mejor opción: económicamente estable, mujer, decente -sus años de gira, de bares, de flotar entre la horda de músicos y el dictador, habían terminado.
      El director. ¿En qué momento dejó a su hija con El director? Su esposo, el padre, el pianista, el director, el músico, el verdugo, el amo, el miserable, el fantasma. El que no es. ¿Pero qué podría salir mal? Él ya no toca más. Él ya no está en condiciones. El ya no existe más. Era la hora de retornar el curso de las cosas.
      Han pasado casi dos días de silencio. El campo es buen compañero de soledades y los ruidos que acompañan el cambio de las horas se confunden con los ruidos de su pecho. La hamaca cuelga en el rincón perfecto de la casa, por donde cae el sol, por donde corre el viento. Sus pies pesados suben la escalera y como si supera exactamente los compases que le quedaban, disfruta del sudor que rueda por su frente. El bamboleo de su cuerpo baila con el movimiento de la hamaca al viento. Los tiempos se aceleran, andante, andante con brío desde su pecho. Los pies al frente de la hamaca. Andante molto vivace. Las gotas ruedan por su cuello. Accelerando. Siente el latido desde la tráquea hasta la nuca. Ella se acerca al ventanal, se abren las puertas de ese carro. Ella desciende por las escaleras, graciosa, inquieta, ansiosa, voluptuosa y llena de cariño. Los pies frente a la hamaca han empezado vibrar, se tambalean, se suspenden. Presto. Se abren las puertas del juzgado, y ve correr a la pequeña que la reconoce de inmediato. Ahora su delgado cuerpo, terriblemente liviano, con trépidos empieza a derrumbarse. Ella recibe a la pequeña y no puede evitar oír en su cabeza la música que le cantaba cuando mecían la cuna. Él, se derrumba. La hamaca se ha llenado de un costal de huesos. Aún tiene temperatura cuando el silencio colma nuevamente.