lunes, 30 de diciembre de 2013

Viaja sola.




Hall del Hotel, 18h30.
El largo mesón de la recepción es una pista de aterrizaje, brillante y liso, impecable. Ximena y Pedro, empleados recepcionistas del hotel, coquetean tras el mesón, discretamente.
Frente al mesón, y entre los sillones de espera hay una cafetera, funditas de té, azúcar y un gran recipiente de vidrio con galletas. Los grandes ventanales dan a la calle y entre las ranuras se cuelan las ramas de la frondosa vegetación que decora la fachada.
Una pareja irrumpe por la puerta, sin equipaje. Ella, delgada, sofisticada. Él, distante, canoso, hierático. Se aproximan, a paso acelerado. No existe familiaridad entre ellos.


            Él: Un habitación, por favor.                                         
Pedro: Buenos días Sr, ¿cómo la desea?
Él: Con Lobby, para reunión de trabajo.
Pedro: (mirando a Ella) ¿Dos suites?
Ella: Matrimonial.


Él la interrumpe con la mirada.
Ella, corta en seco y baja la mirada, se aparta y camina observando el espacio.

Él: Como menos costoso… no se complique. Lo que me interesa es que tenga balcón.

De súbito ingresa una mujer pequeñita, delgada y con lentes, Susana.
Susana llega cargada con un sólo bolso hecho de cuero, que parece pesar como un saco de plomo en sus manos. Se detiene pasando la puerta y busca con la mirada inquieta. Pedro levanta la mira, la reconoce y turbado mete la cabeza en la pantalla de computadora.
De inmediato se aproxima el Botones, toma el bolso con ligereza. Le devuelve el bolso. Se disculpa y se va con prisa.
Él ha interrumpido el diálogo para observar a Susana y al Botones con la mirada.
El Botones regresa corriendo con un carrito porta-equipajes. Coloca el bolso de Susana en el porta-equipajes y la conduce hacia la recepción. Susana se detiene a las espaldas de Él. Y espera.

Él: ¿Tiene con balcón o no? (llamándole la atención a Pedro)
Pedro: ¿Con vista a la piscina, o no?
Él: (para sí mismo) Qué carajos!

Ella ha encontrado un sitio cómodo en el sofá junto al ventanal. Murmura mirando hacia el árbol floral tras el vidrio:

Ella: Gardenias, floripondio, gardenias... qué carajos!

Ximena, parada junto a Pedro, mira a Susana, curiosa e impaciente.

Ximena: (a Suana) ¿En qué le puedo ayudarle? Buenos días.

Susana sin palabras, sonríe, agradece y señala a Pedro. Esperará.
Ximena se intriga y empieza a examinar a Susana de pies a cabeza.
El Botones ha empezado dar pasitos, hacia adelante y atrás con el porta-equipajes. Observa el bolso de Susana, que se ve diminuto en el inmenso porta-equipajes.
Ella, respira profundamente junto al ventanal, se relaja en el sofá, y sorpresivamente hace un movimiento largo con el brazo hacia el techo. Nota la mirada de todos, se encoge de hombros y murmura.

Ella: Copita para la digestión, sólo copita...

Él, se acelera a terminar el pago.

Él: ¿Con vista a la calle?
Pedro: ¿Ventanal?

Ximena toca con el pie a Pedro, señalando con la mirada a Susana.

Él: Ok. Ok. Ya, pero ¿dónde firmo?

Pedro mira a Ximena disgustado.

Pedro: Su señora también debe firmar.
Él: No, es trabajo! ¿Con lobby?
Pedro: Le pido disculpas.
Susana: (adelantándose unos pasos) Pedro! ¿No me recuerdas?

Ximena patea a Pedro, nuevamente, por debajo del mesón. Pedro da un salto, y le entrega los papeles de registro a Él.

            Pedro: Por favor, sus datos

Luego, se aproxima con ímpetu hacia Ximena, pero es detenido en seco, por la mirada de Ximena.

Ximena: La función de hoy, mírala. (Mirando a Ella). Le dije al administrador que esos no son árboles exóticos sino campanas, campanas psicodélicas! Pero claro, ¿a quién escuchan? ¿A mí? No, claro. “Árboles de buena suerte” Tú tendrías que haberme secundado… a ver cómo salimos de esta ahora… mírala, pero mírala. (Pausa. Se acerca a Pedro) Y tú, ¿con la petisa, qué?

Ella, empieza a cantar en voz alta, lanzando los brazos hacia el aire como baile africano. Intenta ponerse de pie, pero sus músculos relajados la vencen. El Botones corre a socorrerla, pero sin suficiente velocidad, y sólo alcanza a levantarla del piso. Pero Ella sonríe, y se vuelve a acomodar en el sofá despreocupada.

Él: ¿Tiene un médico?
Pedro: Sí, pero no se preocupe, es normal.
Él: ¿Normal?
Pedro: (señalando a las flores) Floripondios.
Susana: Pedro, la escuela. ¡Que ingrato! (mientras mueve el dedito como cuando se reprende a un niño)
Él: ¡Retírela a la habitación!

Pedro se acerca a Ximena en confidencia.

Pedro: ¿Qué quieres a cambio?

Ximena lo mira, y se apresura, con ayuda del Botones, a retirar a Ella hacia su habitación. Intentan levantarla, pero su cuerpo se les desliza como aceite. Pedro sale rápido, desde atrás del mesón de recepción para ayudarles, mientras Susana corre a servirle un café. Él mira desde lejos, indiferente y con aire frío.
Todos (Ximena, el Botones y Pedro) levantan a Ella con dificultad. Mientras Ella, sonriendo, intenta abrir bien los ojos y hablar con claridad.

            Ella: Parecen preocupados. ¿Pero de dónde tanto apuro? Calma, calma…
Susana: (con una tacita de café en la mano) Déjenla en el sofá. (Le acerca la tacita de café y le ayuda a beber).
            Ximena: (a Pedro y a media voz) ¿Y ahora eso, cuándo fue?
            Pedro: (Entre dientes) No, no... ahora, no.
            Susana: A ver si le dan aire, por favor (agitando los brazos) No hay apuro, (Dirigiéndose a Él) ¿verdad?..Caballero!. (mirándola a Ella) Podemos conversar un poco mientras tanto, no se agobie.
            Él: (distante y al aire) Yo he venido a trabajar.
            Susana: (en voz alta) ¿Prefiere que llamemos a su seguro?
            Ella: (regresando en sí) Ya estoy bien, amor, tranquil... (y se desmaya)

Él se aparta y comienza a caminar inquieto. Saca su celular, revisa, lo guarda, lo saca, lo revisa. Susana aprovecha el momento para dirigirse a Pedro, pero su frágil estructura y manos temblorosas han vuelto a ser evidentes. Tiene lentes y eso parece esconderle la mirada, aunque quiera ser frontal. Se acerca más a Pedro. Ximena no se aparta. Susana se arma de coraje y habla en voz baja pero firme.

Susana: Podrías haber llamado, ¿sabes?

Ella se ha despertado e incorporado con ayuda del Botones e intenta conducirse hacia la puerta de salida. Él se dirige al ascensor. El Botones ya no tiene fuerzas para sujetar a Ella, que se le resbala como un pez. El Botones levanta la mano tratando de llamar la atención a Él que ingresa en el ascensor. Pedro ve a Él meterse en el ascensor y grita:
           
            Pedro: Caballero, las llaves. Yo, lo conduzco!
            Ximena: (agarrándolo del brazo, se aproxima a su oído)¿Quién es? ¿Qué quiere?
            Pedro: Qué sé..! (a Él) Señor!

Él lo ve, y se cierran las puertas del ascensor. El Botones hace un intento de detenerlo, agitando el brazo que le queda libre. Ella sigue intentando que el Botones la lleve hacia la puerta mientras pierde el equilibrio. Susana, desde su pequeña y delgada contextura, vuelve a envalentonarse y aborda nuevamente a Pedro.
           
            Susana: Eso no se hace. Ha sido casi un año.
            Ximena: (también a Pedro) ¿Me vas a responder?
            Pedro: No ahora. No aquí. Si tu…

Ella ha caído estrepitosamente. Todos corren a ayudar al Botones. La levantan, acomodan. Ahora todos sujetan a Ella. (Pedro, el Botones, Susana y Ximena,)

            Ella: Taxi, taxi.
            Ximena: Pero…
            Ella: Comprenda.
            Ximena: Comprendo.
            Susana: (a Pedro) Te esperó día tras día…
Ximena: (a Pedro) Me dices, ahora! (al Botones) Ve por el taxi, yo me quedo. (sujetando con fuerza la cintura de Ella)
            Susana: Si hubieras sido sincero. Ahora ya se ha ido.
            Pedro: ¿Se fue? ¿A dónde? ¿Cuándo?
            Susana: Ah, no, así de fácil, no. Él te esperó.
            Ximena: ¿Él?
            Pedro: Pero…
            Susana: Sólo una vez en la vida, te lo dijo…
            Pedro: Dime cómo lo busco.
            Ximena: Demasiado…

Se estaciona un taxi al pie de la puerta. Se abre la puerta. Sale el Botones. Todos se aproximan con Ella hacia el taxi. Meten a Ella en el taxi.

            Ximena: ¿Segura que puede sola?
            Ella: Allá hay quien me ayude. (Ximena cierra la puerta del taxi, y este arranca)
            Susana: (a Pedro) No puedes volver a arrepentirte.
            Ximena: (Mirando cómo se aleja el taxi) Tan linda ella, la pobre. (Mira a Pedro y
Susana). Aquí, yo no pinto nada…
            Pedro: ¡Ximena!
            Ximena: Resuelve… te veo adentro.

            

domingo, 29 de diciembre de 2013

TIMBRE AL RECEPTOR



Un retirado hospital de metrópolis, tarde en la noche. Por los corredores vacíos corre un viento helado con olor a químicos quirúrgicos y de desinfección. Hermesita, delgada, delicada y de mirada inquieta, ojos pequeños, nariz asombrosamente prominente y dientes superiores grandes y protuberantes, saluda a lo lejos con un guardia. Se escucha su voz desde el fondo del corredor y esta, es de una textura muy suave y dulce. En el interior de un consultorio iluminado por la luz neón blanco pálido, Victoria, mujer alta, delgada, de huesos pesados y estructura fuerte, cabello muy corto, canoso y lentes diminutos, descansa sentada frente a una pequeña mesita, sobre la cual se ve una bandeja riñón metálico con instrumentos quirúrgicos; lee atentamente una carpeta.

Desde el lado contrario a la puerta de ingreso -al consultorio- se filtra una fría corriente de viento, y chifla entre los filos de una puerta de vidrio que da a un balcón.

La puerta del consultorio está entre abierta.


Hermesita: (ingresa y saluda gentilmente con un gesto, coloca su abrigo y guantes
sobre una silla, pasa delante de Victoria, que sentada en su escritorio ojea una
carpeta de informes médicos)

Victoria: (Levanta la cabeza de medio lado, la mira en silencio y se mantiene inmóvil)

Hermesita: (sonríe de pie, mira su reloj, espera) ¿Guardia de toda la noche, eh? Ha
sido un día pesado, seguro. Bueno, noche. Yo sé cómo son estas cosas. Por eso
hoy vine de asistente, como cuando niña, ¿recuerda? (silencio) Ya sé que pasó
mucho, pero por algo se empieza, y hoy decidí empezar yo. Ya está. ¿Qué hace
le falta aquí?
                                      
Victoria: (arroja al suelo la carpeta de informes con furia contenida, se acerca a la
puerta que Hermesita ha dejado abierta. Se queda de espaldas, y mira hacia
afuera. Escruta ambos lados del corredor)

Hermesita: (Se aproxima al fondo hacia la puerta que da al balcón) Siguen esos
bandidos. ¡Cómo pasa el tiempo! (Se gira hacia Victoria) ¿Y tan temprano ya
dan batalla? ¡Tan fastidiosos como antes!

Victoria: (se vuelva y adusta, mira a Hermesita)

Hermesita: No, no digo sean molestos, al contrario, siempre fueron de utilidad. ¡Y
tampoco es que sean objetos! Digo, por lo útiles. Lo que digo es que siempre
ladran por algo. ¿Qué intranquilidad, verdad? (alarga la cabeza por la ventanilla de la puerta que da al balcón, desde donde vienen los ladridos y habla hacia afuera) ¿También sienten el mismo frío, pequeños?

Victoria: (Mira a Hermesita, inmóvil)

Hermesita: Creo que han pasado muchas cosas y todas muy confusas. Total después de
tanto tiempo quién no se confunde. (Insiste en mirar hacia el balcón) ¿Hoy están
inquietos por algo? Ladran demasiado. Creo que debo bajar a calmarlos, ¿cierto?
O mejor espero. ¿No? ¿Será mejor si esperamos?

Victoria: (La mira en silencio, le da la espalda, mira otra vez hacia la puerta).

Hermesita: Cuando papá los cuidaba en casa no hacían ese ruido. Claro, eran más, se
acompañaban. Y el negro, siempre fue el más inteligente, dirigía a los otros.
Pobre negro… (Se cruza de brazos)

Victoria: (Se vuelve bruscamente) ¿Rivotril?

Hermesita: (Responde automáticamente) No, ya lo dejé. (Silencio) Ud no debería
ofrecerme esas cosas. Además estoy calmada. Míreme, soy todo relax. Mi
terapia terminó hace años. ¿Le parece que sigo tembleque? Un poco de gaguez, osea, tarta, tartamu…gagh, bueno, eso, ya no. Sólo eso. Míreme (da las vueltas por el pequeño espacio como en un desfile de modas), ahora soy mucho glamour (Ríe desparpajada, demostrativa y en la distracción, pisa con fuerza la carpeta de informe. Dentro de la carpeta, cruje un bolígrafo al romperse. Hermesita lo recoge en pedazos, y empieza a gaguear con rostro de terror). No-no sssssaaah sabibi,  k- k – k… (Respira profundo, coloca sus manos en el diafragma, y exhala lentamente, luego adopta un tono en extremo calmo). Perdón, se lo repondré. (Luego, un breve tic entre el cuello y la cabeza, otra respiración y espera).

Victoria: (Observa oscura, en silencio).

Hermesita: (Saca el pie de la carpeta de informes, se agacha, la toma tímidamente, y la
abre) ¿Es esta la carpeta de una subdirectora general? ¡Cuántos informes! ¡Yo
no entiendo ni una letra! Lo más cercano que conozco de jefe es a mi supervisor de caja, pero seguro que un día tendré un trabajo importante como el suyo. ¿Recuerda cuando me enseñaba a poner vendas? (mientras ojea todos los papeles) Con gorrito de enfermera y to...

Victoria: (Observa callada, acerca su cabeza, y mira fijamente la bandeja de riñón con
instrumentos quirúrgicos, sobre la mesita).

Hermesita: (Sigue la mirada de Victoria, observa gotas de sangre alrededor de la
bandeja riñón, e impulsivamente toca las gotas de sangre con la punta de los
dedos, siente mojado, y se mira la sangre en la yema de los dedos) ¡Uy! ¡Son de alguien! ¿Pido ayuda? Digo, es sangre, de alguien, ¿que nos ayuden? ¿K- k- khh, que vengan?

Victoria: (Niega impositiva y lentamente).

Hermesita: (Se calla de golpe. Sonríe confusa y se limpia las gotas de sangre metiendo
las manos en el bolsillo de su pantalón).

Victoria: (Instantánea y bruscamente sonríe al verla).

Hermesita: Sí, ya sé, yo… yo. (Entre dientes y en voz baja) ¡Mierda! No. No, no. Es
sólo que. Ya me conoce. Pero no. No. No, no. Para qué alarmarse. Ya sé. Basta
con no mirarla. O con mirarla y hacer que desaparezca. (Refriega sus dedos adentro del bolsillo).Ya está. Sí, tiene razón. Eso es. Aún sonríe. Así la recuerdo, antes de todo…

Victoria: (Corta de golpe su sonrisa y escruta las gotas de sangre alrededor de la
bandeja de riñón).

Hermesita (La imita. Luego, se gira como en espacio conocido, justo hasta un gran
frasco de cristal con algodones empapados en alcohol. Toma varios, se limpia
la yema de los dedos con estos. Corre viento y las ramas de los árboles junto al balcón golpean sobre la puerta).

Victoria: (Mira hacia el balcón).

Hermesita: (Le sigue la mirada y camina hacia la puerta del balcón). ¡Qué noche!
Quizás si me permite… y me cuenta más sobre eso. ¿Ahora sí me contará?

Victoria: (La observa en silencio)

Hermesita: Pero si quiere me retiro. ¿Me retiro? Quizás hoy no era el día. Digo, ahora,
ya no importa el día. Igual yo estaré esperando. (Toma dubitativa y lentamente el
abrigo y los guantes que dejó sobre la silla) Podría ser cuando se sienta más
dispuesta. Es sólo que necesito, saber, ¿comprende? Papá, la casa, el tiempo…
Primero fue negro, y luego todo es tan confuso. ¿Sabe? Ahora no vive un alma
allá, porque yo ya ni alma tengo (Mueca de sonrisa). No me quejo, no. Pero hoy,
seré la enfermera, como cuando estudiaba. Sí, ya. Ya, ya sé, no empecemos
ahora.  Yo prefiero tocar billetes que gente. Lo lamento. No. No, no…pero no
me voy hasta que...

Victoria: (La mira en silencio).

Hermesita: ¿Guardia doble? Siempre mucho trabajo, ¿verdad?

Victoria: Mucho…

Hermesita: Entonces, necesita ayuda. Quiero decir, no ayuda. Ayuda ud., no necesita,
sino compañía. No, tampoco compañía. Fallo. No. Que le vendría mejor, digo,
menos trabajo, eso, quiero decir… sí? ¿Mejor?

Victoria: Mejor.

Hermesita: Entonces, me quedo y conversamos.

Victoria: (Niega con la cabeza).

Hermesita: No es que me quede sólo para que me diga. No, yo no soy interesada. No.
Falla. Sí. Fallo… Vine primero a saber cómo estaba. Eso. A felicitarle por la
subdirección. Ya sé, hace 2 años casi. Quise venir pero... Y siempre es preferible
tarde que nunca. (Silencio) Éramos familia, ¿sí?, una buena familia… y yo, dije
cosas en el juicio… Fallo. Otra vez. Sí… ¿Ud, me...? Cuánto lo...

Victoria: (Mira fijamente en el suelo, alrededor de la libreta).

Hermesita: (Sigue la mirada de Victoria) Gotas… gotitas…

Victoria: (Mira a Hermesita en actitud de espera).

Hermesita: (Salta de la silla, se agacha, limpia con el brazo, usando la manga de la
blusa las gotas del piso. Mira a Victoria contenta).

Victoria: (Vuelve la cabeza hacia un mandil estéril, colgado en la pared y lo señala
con un gesto).

Hermesita: (Velozmente toma el mandil, se lo coloca al revés, se lo saca, se lo vuelve a
poner.  Al meter los dedos en el bolsillo, saca de un tirón la mano. Se lleva los
dedos a la boca, chupa sangre. Saca del bolsillo un bisturí y va colocarlo en la
bandeja riñón. Con la mirada, pide aprobación para colocarlo con los otros
instrumentos.

Victoria: (Asiente).

Hermesita: (Comienza a sacarse el mandil, y con el mismo gesto mira a
Victoria).

Victoria: (Asiente).

Hermesita: (Sonríe) Yo entiendo, cualquiera se equivoca: 15 gramos 150, uno es débil.
No digo que ud., sea débil, ellos son débiles. Él fue débil. Y yo, siempre quise
ser menos yo y más ud., lo que digo es que… (Cuelga el mandil en la pared, lo arregla para que quede impecable) No, no digo nada, lo siento. O, sí, es eso. Que lo siento. Lo acepto ¿Pero por qué lo..? No, nada.

Victoria: (Mira, oscura).

Hermesita: (Perdiendo seguridad) Yo creo… ¿Fue muy duro allá adentro? Cómo pasa
el tiempo. ¿Pasaba allá el tiempo?

Victoria: (Neutra) Pasó.

Hermesita: Ya. Y yo…. yo estaba afuera (el viento empieza a golpear nuevamente, y
los perros ladran eufóricos). Era mi padre. (Se detiene, se acerca más al librero abriendo bien los ojos) Era… qué hace esto aquí?

Victoria: (Mira oscura).

Hermesita: ¿Cómo llegó? ¿Desde cuándo? ¿Para qué ud., lo..? Ya. Yo no comprendo
nada, lo sé. Pero son mías. No, no mías. ¡Sí, mías! ¿Puedo? ¡Claro que podría!
¡Él no podría! ¿De dónde sacas que puedes tenerlas? No. No, no! Lo acabas y
encima lo encierras aquí (ríe estruendosamente y se asusta). No, no lo acabas.
Accidente. Sí. Falla. Sí. No. Mías! (se acerca acelerada e intenta sacar el álbum
en entre los demás libros. Está muy ajustado. Lo saca de un golpe.)

Victoria: (Cabizbaja y triste, casi sin moverse, empuja el riñón para el suelo. Los
instrumentos metálicos caen provocando un estallido de chirrido).

Hermesita: (Se detiene, mira el reguero del piso, al viejo álbum, el reguero, y a
Victoria).

Victoria: (Se levanta casi sin darle importancia a lo que sucedió, y al viejo álbum de
fotos. Va hacia la puerta por donde entra el viento, asegura la ventana, retorna,
y se queda frente al reguero de instrumentos. Mira el reguero, y mira a Hermesita culpándole con la mirada).

Hermesita: (Impulsivamente se agacha, y con el álbum bajo el brazo, empieza a
recoger los instrumentos).

Victoria: (Toma de su cajón, un pequeño libro de poesía, sustrae el álbum bajo el
brazo de Hermesita, y en su lugar le coloca el libro. Regresa el álbum al librero y serenamente, se sienta).

Hermesita: (No registra el cambio, Ordena. Recoge los instrumentos, hace gesto de
poner el riñón sobre la mesa y pide aprobación).

Victoria: (Mira hacia el abrigo de Hermesita sobre la silla).

Hermesita: Ahora está todo bien. Ahora conversaremos, ¿verdad? Nos sentamos y
hacemos lo mismo que antes (mientras agarra el abrigo, se lo coloca y luego los
guantes. Se sienta en la silla frente a Victoria y escruta). ¿Silencio?

Victoria: Silencio.

Hermesita: (Aruña con un dedo la mesa, nota que aún le sangra el dedo. Se lo limpia
en la manga. Con la misma manga, limpia las demás gotas sobre la mesa.
Revisa también por las patas hasta debajo de la mesa. Se inclina en el suelo, y busca más gotitas de sangre. Se auto inculpa, entre dientes y murmura para sí misma). Cállate, siempre lo mismo. Esto era importante. Año tras año, y ahora…Cállate.

Victoria: (Calmada). Shhhh.

Hermesita: (Asiente segura, para sí misma. Revisa la manga de su abrigo, que ahora
también tiene manchas de sangre). Sí, silencio.

Victoria: (Se acerca a un esqueleto colgado junto al librero. Lo mira, ausculta cada
hueso. Mira a Hermesita).

Hermesita: Yo, yo. Habré sido yo. Por todos lados ensucio (se mira la yema de sus
dedos sangrantes)… Pero… yo… no lo toqué...

Victoria: (Triste, escruta a la calavera).

Hermesita: (Se levanta de un brinco, se acerca a la calavera para mirarla de cerca).
¿Toñito? (Mira a Victoria, contenta, señalando a la calavera) Toñito. ¿Te
acuerdas de mí? Pero yo no le hice nada (toma la mano de la calavera y la agita en gesto de saludo). Es Toñito, ¿verdad?

Victoria: (Mira a Hermesita, se sienta frente al escritorio, señala los instrumentos
quirúrgicos, un estetoscopio y un tensiómetro).


Hermesita: (Mira objetos y luego a Victoria, y retrocede) ¿Toñito? No sé ni cuántos
eran. No recuerdo ni a Toñito. También Toñito. Yo no lo hago, más, ya no. No.
No, no.

Victoria: (Mortecina, mira a Hermesita, y espera).

Hermesita: Son 206. ¡Eso! Son 206?

Victoria: (Mira en silencio).

Hermesita: Éramos más. Eran… sí (ríe sin alegría, y repite de memoria) 206 huesos,
esqueleto axial, apendicular, y vertebras, vertebras, vertebras… Ahora me
cree. Ahora me escucha. Pero qué importa. ¡Sí! ¡Ahora! ¡Operamos! Ahora hasta bailo con Toño ¡Que traigan al enfermo, que yo aún recuerdo su cráneo! Opero y diagnóstico, como papá. ¡Papá, papá! (Eufórica de rabia) ¡Cómo te dejaste engañar así! (mira de golpe los ojos inquisitivos de Victoria y mete las narices en el esqueleto)… Son 26 vértebras. Nadie las recuerda como yo.

Victoria: ¿Nadie?

Hermesita: (Responde temerosa) Nadie. (Le toma el brazo al esqueleto contando los
Huesos. Recordando en voz alta los nombres). Ganchozo, pisiforme, piramidal…

Victoria: (Suspira).

Hermesita: Todo regresa. Ya falta poco. ¿Que a quién le porta? A mi… todo lo puedo!  
(Toma los brazos del esqueleto, lo carga, rueda sus brazos por su espalda y
empieza a bailar, dando vueltas, repite cada vez más alto). Escafoide, trapecio,
trapezoide… (De súbito, se desprende la mano del esqueleto y rebota por el piso
hasta los pies de Victoria).

Victoria: (Lentamente desliza la mano de huesos por el piso, con la punta del zapato,
hasta los pies de Hermesita).

Hermesita: (Se queda inmóvil. Recuesta en el piso a Toñito. Recoge la mano, se
detiene y la mira). Estaba… roto.

Victoria: (Niega con la cabeza).

Hermesita:  He sido… ¿yo? Sí, yo. No. Sí, fui yo. Los cables sueltos, oxidados,
pulverizados: ¡Rotos! Rotos, rotos! Cables viejos. Síiiii, ella rompió los cables rotos (ríe histérica). Ni los huesos de un muerto me pueden soportar (se pega en la cabeza con la mano de huesos). Fui, fui yo, ¿fui yo?

Victoria: (Bufa tristemente).

Hermesita: (Repite con pausas como de memoria) Porque fui yo la que entró por esa
puerta, y decidió. Fui yo.

Victoria: (Silencio).

Hermesita: (Grito ahogado. Respira. Saca una pequeña cruz de su bolsillo, la
pone sobre sus piernas, impulsivamente se levanta. Se le cae la cruz. La recoge. La acaricia, y la vuelve a guardar en su bolsillo. Se da golpecitos de pecho y murmura con los ojos cerrados)

Victoria: (La observa, sin apuros, se reclina en la silla y se desparrama. Señala sus
lentes y espera).

Hermesita: (Abre los ojos gigantescos, y espera).

Victoria: (Mira parcamente a Hermesita y con un mínimo gesto, exige sus lentes).

Hermesita: (Dócilmente se acerca, toma los lentes, nota que están pegajosos, huele y
se asusta y con voz entre cortada y ahogada). ¡Sangre!

Victoria: (Parcamente). Reseca.

Hermesita: (Alarga los lentes con un gesto de asco).

Victoria: (Se los coloca mirando al librero).

Hermesita: (Hace gesto de nausea, y se limpia la boca con la manga de su abrigo).

Victoria: (Le mira en silencio y señala el esqueleto que yace tirado en el suelo).Ve.

Hermesita: No, no, no… Pero... ¡Lo mato! Ya fue una mano. Pero si yo no sé…
además no hay música. Sí, ya sé que no había, pero… yo ya no…

Victoria: (Parcamente). Ahora

Hermesita: Mire, que los perros ladran. Bueno ya no ladran, pero lo harán. Y afuera…
y ese temita, digo, yo vine para… ¿ahora? No otra vez. Pero…

Victoria: Abrigo.

Hermesita: Ah, sí. Sabe que ni lo había notado (se saca los guantes, y cuidadosamente
los dobla uno dentro de otro) Y pasaron tantas cosas, sabe, yo vine a hablar, no a
recordar, o a hacer como si recordara (se saca el abrigo y meticulosamente lo dobla, lo vuelve a colocar sobre la silla y al estirar el brazo se mira la manga manchada. Hace un gesto de nausea incontenible) ¿Y me va a explicar de quien era todo eso? Por Dios, pobre cristiano. Y cómo vino ud., a meterse en nuestras vidas (se detiene de súbito, sorprendida por lo que dijo). Fallo, fallo, fallo. Pero ahora hago la del oso, como cuando chica. Y acá voy, sí. Todo porque así me propuse. Porque yo entré primero, ¡ah!

Victoria: (Impositiva). Mandil.

Hermesita: ¡Ahhhh! (descolgando el mandil de la pared), Pero además vestida de
ayudante. ¿Y de qué otro modo, entonces? Al mal paso… Allá vamos. (Revolea
el mandil, como poncho y se lo pone) ¡Pasito que di yo al venir! Claro, pero por la charlita que vamos a tener. ¡A ver si no se me ocurría otra hora! La hora... Ya es hora de que hablemos, sí (se acerca rápidamente al librero y con fuerza saca el álbum de fotos, lo abre y pega un alarido) ¡Pero sí aquí ya no está el viejo! ¿Y el viejo? ¿Las fotos? ¿Dónde están? ¿Y entonces, para qué lo tiene aquí?  (Abre otra página. Y otra más del álbum. No encuentra nada, se desinfla, lo deja caer de su mano. Va hacia la calavera. La recoge con cuidado del piso. Coloca los huesos de sus pies sobre los de ella. Le endereza la cadera. Su cráneo sobre el hombro de ella, y ella a su vez coloca su cabeza sobre la articulación del hombro y sujeta sus brazos abiertos mientras empieza a dar pasitos. Cierra los ojos y tararea un rezo incomprensible)

Victoria: (La mira indiferente).

Hermesita: (Repite con más fuerza el rezo y empieza a alzar la voz mientras se abraza
a los huesos).

Victoria: ¡Ya está, ya!

Hermesita: (Se calla de súbito, da pasitos de un lado a otro, aun abrazando la
calavera y con la mirada fija en Victoria).

Victoria: (Observa en silencio)

Hermesita: (Se tropieza. Vuelve a dar otro paso. Acomoda los brazos de la calavera, le
pisa un pie a la calavera. Se desprende toda la pierna, suelta el esqueleto y lo deja caer al piso. Se asusta. Nota la mirada de inquisitiva de Victoria). No era Toño. Ahora lo sé. Así que mejor guardarlo. Así. Vamos a dejarlo así (abre un cajón del librero e intenta levantar la calavera entre brazos, pero esta de desparrama y desarma, se desprende. El cajón es muy pequeño para los largos huesos y empieza a forzarlos) ¿Ok?

Victoria: (Se levanta de la silla, y se inclina hacia el cajón, tratando de ver lo que
Hermesina hace).

Hermesita: (Presiona con fuerza y los huesos crujen, las articulaciones se revientan.
Agarra el mandil y lo extiende, sobre los huesos, en un intento por tapar a los que mitad adentro, mitad desbordados, cuelgan del cajón).

Victoria: (Da dos pasos).

Hermesita: (Le bloquea el paso). Ahora vamos a hablar. Ya he esperado bastante, y es
mi turno de escuchar. ¿Cuándo lo conoció? ¿Cuántas veces salieron antes de que me conozca? Fue todo tan rápido, rápido. Y yo no comprendía nada, era pequeña, pero ahora... (Acomoda los huesos bajo el mandil y unos empiezan a desprenderse por el forcejeo, los recoge del suelo rápidamente, y los esconde, los mete bajo el mandil, los aprieta). ¿Por qué yo nunca me enteraba de nada? Y cuándo me quedé sóla, ¿Quién iba a responder mis preguntas? ¿Qué pasó esa noche? ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? Fallo. Sí. Fallo. (Se lleva ambas manos a la cabeza, se enrosca compungida, y aprieta los ojos)

Victoria: (Se abre paso, retira el mandil, lo cuelga con cuidado, y regresa a su silla. Se
sienta en calma).

Hermesita: ¿Por qué nunca me llamó al salir? Nos tenemos sólo la una a la otra. Hay
forma de empezar de nuevo. Estamos acá, ¿no? Y nada malo ha pasado. ¡Fallo! (se le escapa una risa brusca).

Victoria: (Se levanta y va hacia la puerta).

Hermesita: ¿A dónde va? Aún no hemos hablado.

Victoria: (Hace el ademan con las manos de que salga).

Hermesita: (Retrocede). No, no podemos dejarlo. No. Poh. Po-po-porque no tengo
más. Yo cgh cgh creo en un nuevo comienzo, ¿me escucha?

Victoria: (Mira inescrutable).

Hermesita: Pero, no se asuste. No. Qué digo, ¿susto?, no ¡Años de conocerme! Me
excedí, sí. ¡Fallo! (Se da un golpecito en la frente) Pero ya está. Me arrepiento. Lo lamento (respira profundo, exhala lento). He sido yo, siempre fui yo. (Dándose golpecitos en el pecho. Se detiene. Mira al balcón) Corre viento, ¿no? Ya está, sólo un mal comienzo. Ahora nos sentamos. Los perros, ¿escuha? Y las gotitas, mírelas, los huesos…

Victoria: (Mira hacia el mandil colgado en la pared).

Hermesita: (De un brinco va a dar junto al mandil) Allí. Sí. Gotitas. Sí… Hay que
limpiarlo. (Frota la manga de su camisa con el mandil y se mancha de sangre fresca. Mira, en su ropa. La huele, hace gesto de vómito contenido. Sacude la cabeza).

Victoria: (La mira atenta y con un gesto le indica que se siente en la silla del frente).

Hermesita: (Respira profundo, exhala lentamente, se sienta llena de ilusión. Sonríe).
¿De cero?

Victoria: (Asiente).

Hermesita: Muy bien. (Respira profundo, exhala muy lentamente, coloca las manos
sobre la mesa, se las mira, inmóviles)

Victoria: (Le toca las manos. Toma su mano derecha, la gira y abre la palma. Saca del
cajoncito de su escritorio una jeringa preparada).

Hermesita (La mira rendida, inmóvil y con voz diminuta).No, mmá, no…

Victoria: (Le inyecta en la muñeca el contenido completo de la jeringa).

Hermesita: (Aprieta los ojos, el puño, el antebrazo y el hombro, siguiendo el calor de
la solución que ingresa. Su cuerpo se va relajando, los hombros bajan, el rostro se suelta, y poco a poco como el aceite, los músculos de deslizan por el asiento hasta que el cuerpo de Hermesita, cae en el piso).



Victoria suspira larga y bondadosamente, cansada. Le acaricia la cabeza con ternura. Presiona un timbre que hay abajo del escritorio. Recoge su carpeta de informes y pone un visto. Se recuesta en el respaldar de la silla y en actitud de paciente espera, comienza a silbar dulcemente.

Julia

Suave. 
Al tacto mi fino pelo negro es suave, delicado, y aunque la fuerza de mis dedos podría arrancarlo todo, por completo, éste, volvería a crecer por todas partes. Una y otra, y otra, y otra vez, lo sé. Pero seguiría saliendo suave.
¿Qué es la pupila? ¿De qué están constituidos los ojos que no sienten, que distancian a las pieles -aún más que mis pelos- y a los seres? ¿Por qué lo que dicen tus ojos pueden cegarte ante lo bello?
Suelo despertar varias veces en la noche, por el sonido de mis mandíbulas, recordando a Espinoza, a los indios y sus gritos, y a los olores del ganado que cambia de acuerdo a la estación del año. Metida entre las faldas de Espinoza guardo en el cuerpo la sensación del miedo a sus ruidos. Y este, es el mismo miedo que estalla cuando veo sus ojos. Los de los otros. Los de todos. Hasta que empiezo a hablar y entonces se callan. Atentos. Acallan también a sus pupilas sordas. O como cuando me muevo, y se maravillan: primero observan, sin conseguir juntar la imagen con el movimiento. 

¿Qué soy yo? ¿Y qué estoy haciendo? Entonces les invade la mórbida curiosidad, y me piden una pieza. Pero nunca mirando al rostro. Maravillados como un niño al pisar un sapo que se revierte por completo, vísceras afuera, ellos miran mi cuello, mis codos, mis dedos. Pero no me miran a los ojos, no al rostro, no… ni tampoco notan que mis pelos son tan suaves. Nadie lo ha notado, sin importar cuantas veces me rocen los brazos, o las manos, o aunque por casualidad durante el baile su nariz roce los pelos de mi cuello o de la frente. Lo suave, no lo notan. Huyen de la confrontación con sus propias percepciones. Ellos piensan. Ellos planifican. Ellos investigan. Ellos hacen cuentas.

Anoche me propuso matrimonio otro negociante, mirándome a las manos, y cerrando las fosas nasales con toda la discreción posible. Pero todo es muy poco para la libertad de mi mundo. Así que salí a bailar con otro, buscando encontrar a un vidente. O tal vez ya no lo busco.O tal vez tan sólo le pregunto al mundo, en cada intento que hace por compararme ¿cuánto pueden pagar por liberarse a sí mismos de su propio asco a la vida que les dieron, y que no han decidido asumir?

No, acertaste. Yo no soy fina dama en busca de una galante vida.  Pero soy fina, sí, delicada, educada, lo que no soy es dama. Eso no. ¡A mí la vida me regaló un mundo entero! Yo no busco una vida, nací con ella. Mi destino estaba ya cargado de conocimiento cuando empecé a viajar por el mundo. Espinoza lo sabía, por eso no me abandonaba. ¡Porque el asombro mórbido es la gracia de mi suerte! El único ser, fuera de Espinoza, que me ha mirado a los ojos, más allá de mi mundo, fue Charles. Algo hubo en esas charlas que me dieron la luz. Pero eso es otro cuento. El cuento aquí son mis conquistas, y  que el mayor de todos los conquistadores que he conocido ha sido Theodor. ¡Con él conquistamos tantos pueblos! Con él viajamos. Entonces viajábamos, que ya no es ahora. Y ese, fue un tiempo intenso, lleno de violencia y éxitos. Fue un tiempo frío e incendiario. Se siente de otro modo la temperatura cuando en la piel de todo el cuerpo los pelos transmiten los cambios del clima y las energía. Eso nunca nadie lo entiende. Como no entienden que mis dientes no son duros ni filados. Es que a ellos les gusta mirar, y delirar haciendo moldes.Les gusta medirlos, y hacer comparaciones de mis dos hileras con todo lo que a ellos se les ocurre. Y hacen reportes. Por eso pagan, ¿no? Yo prefiero siempre, bailar, pero no en todos los pueblos hay salones. Ahora último, que era entonces, sí, entonces, sobre todo entonces, ya no hubo salones. Y Theodor estaba muy nervioso por mi embarazo. Irascible. Incluso le pegó a nuestra hija en gestación, adentro de esto que soy yo y puede repetirse. ¿Pero a qué le temía él, si yo le hice la vida?

El tiempo va pasando, ya para qué hacer el cuento de su muerte. Ella nació y ya no está, pero sí está su cuerpecito junto al mío. Siguen mirándonos, siguen pagando. Y seguiría bailando, pero el dolor lo impide. ¿Qué dolor?, ¡si ya no siento! Aunque escucho, sí. ¿Saben? Puedo escuchar sus charlas tras el vidrio, dando vueltas por todos los salones del museo. Y veo. Ahora, ya me miran al rostro.