La primavera anda de estrenos.
Amanece, calienta, humedece, colorea.
Las calles tienen ganas de pintar paisajes.
"En el postrer aliento queda una palabra por nacer enterrada ya en sus ilusiones, dejando apenas una estela de suspiros, y en la última lágrima hay un ángel que se ahoga sin siquiera pedir socorro." (V. H.)
Y la atmósfera ligera me recuerda a ti.
Aquí, la vida solo crece en vertical. Cada mañana las palomas vuelan en formación cerrada. Y como una alfombra palpitante, se lanzan en picada entre los edificios, rozando los vidrios de todas las ventanas con el aire que se escapa de sus alas. Hoy, una de estas aventureras, decidió exiliarse del grupo y su maniobra –de escrupuloso corte militar- la trajo frente a mis ojos.
Está posada en el filo de mi agujero a lo externo, a lo ajeno. En ese barandalcito que se prende al edificio. Y picotea de vez en cuando el cristal. Es que ella no entiende que si le abro, la boto en dirección contraria a su objetivo, yo. Pero le he dejado una rendija por donde se cuela el aire helado... te pienso.
Te pienso siempre y en voz baja repito que te amo cuando no lo dices, cuando no estas...
Solo se expresar, lo que realmente a piel viva se abre desde mi alma… en voz "quedita".
El sol canicular:
(En esta etapa, es así)
Paso por un puente subterráneo, donde cada tres metros suena algo nuevo: Un acordeón en manos de un raro viejito -de guantes con dedos al desnudo. Más adelante un niño con un pequeño violín, exhala su aire tibio. Aliento agitado. Mientras toca como si no le importara el paso de la gente. Luego, una mujer muy robusta, se apoya en un murito y canta a voz impostada un aria de algo intenso, que nunca había escuchado yo. Cada uno con una pasión tan distinta. Con esa música de pueblo eslavo que te revuelve el alma.
Arriba, en la calle, como hace tanto tiempo no veía, brilla un sol resplandeciente que altera el ánimo de los transeúntes. Ya se siente la primavera. La ciudad naciente aún está parda, y las plantas muertas y putrefactas afean el paisaje. Pero esperan su resurgimiento entre las cementeras...
Doy unos pasitos más, y empiezo a subir los escalones del puente peatonal hacia los carros. Te pienso nuevamente. Tomo el mp3, lo prendo en "agua bendita" con Celia y Gloria, y subo de un salto el último peldaño. La música te ha reemplazado nuevamente –te salva o me salva… nunca lo sabré.
Quizás sea en otro momento como este, pero que no haya tanto sol o que la noche haya caído ya, que intentaré incursionar en ti con más confianza, pienso recurrentemente. La música lo cambia todo.
Sabes? Corro a todo galope varias cuadras hacia el metro, bajando, subiendo del sub, atravesado dos lagos en lancha, un río en panga y un manglar con micos salvajes (quería que sonara mas épico y meritorio), solo para llegar a casa y escribirte que es increíble que en tan poco tiempo te sienta tan cercano… y que me encanta este encuentro se haya dado.
Inquieta me siento y te escribo:
“Cuando era pequeña, muy pequeña (asistí al prekinder prematuramente, pues no hubo quien me cuide en casa), en los recreos nos daban de comer naranjas. Naranjas cortadas en cuatro secciones. El gusto que sentía por el dulce jugo era tal que me levantaba de la silla -recuerdo- para sorber hasta la última gota, levantando el brazo, directamente sobre mis labios. Por algún motivo, inexplicable, creía que si ese cuarto de fruta (gigantesco en mis manos) era exprimido justo arriba de mis labios, llegaría completa cada gota y no se caería al plato –idea que me torturaba. El jugo, como es lógico, chorreaba entre mis deditos torpes, hacia mi muñeca, antebrazo, codo, hombro, cintura y así en un pegajoso recorrido por el interior de mi uniforme, hasta las medias y zapatos. Quizás hasta la punta de los pies. Odiaba esa sensación pegajosa en todo el cuerpo (en especial entre los dedos de manos y pies). Pero cada nuevo día, volvía a repetir la riesgosa operación por el simple placer de ver caer la gotitas dulces directo a mi boca. Como si fuera lluvia... a pesar de las protestas de mi mamá que lavaba los calcetines amarillos sin tregua. Recuerdo mi terquedad absurda desde entonces...“
Días sin sol... resequedad.
Tantas veces pensando en el cansancio durante los ensayos, y luego de unos días de descanso, ya no se encuentra desquite ni en el viento. Ni satisfacción, ni objetivos. El paso de los días no lo detiene nadie.
Ahora no tengo fuerzas para entender… sabes…
Solo te escribo pensando que es una forma (aunque ilusoria, lo sé) de estar cerca de tí.
Quizás ya sólo quiero llegar como un animalito perdido y con frío a acurrucarme en tu regazo... solo eso.
No sé decir más al paso de las estaciones.
Lo que no se dijo, quedó sin que sepamos.
La cabeza late en los costados.
No sé si te importe.
No sé si quieras saberlo.
No sé si te baste.
No lo sé.
Pero te amo... como cada día de mi vida... como siempre. Por sobre todo lo que vivo, y en ese espacio intocable que late para ti
Es que parece que tú fuiste más sabio que yo.
Salida ipso facto, y estela de dudas.
También eso tiene su encanto, claro.
Es solo que, caballero, a las niñas, les molesta que les dejen esperando.
(Ya no hay sonrisas)
De cualquier modo.
Fue rico rozar con tu tangente, un segundo y olvidar.
… Claro.