miércoles, 1 de febrero de 2012

Alfileres en movimiento












El dolor es una droga invencible.

Sumerge al cuerpo en una marea de la cual obtiene una fuerza casi impredecible.


El dolor es fecundo, obliga a crear sobre las posibilidades. Es fuente incontenible de verdades que surgen, y se estrellan contra los cristales: Tornea, retuerce, expande, o contrae al cuerpo sin voluntad. Regreso a un punto cero… bajo cero. Ráfaga de trepidaciones e imágenes coincidentes. Disparos, y cese de respiración.

El dolor se contiene a veces con el aire. Desaparece después de una reacción profunda y surge su poder desde el silencio. No invita, invade. No desea, somete. No inspira, rapta en un vuelo abrupto, violento, agresivo hacia la acción. Lleva a tomarlo, o dejarlo, o romperlo, y acaricia la ausencia desde la distancia.

Un cielo tornasolado, brisa suave. Las corrientes de viento danzando con las del agua en movimientos horizontales hacia el interminable paisaje de un destello decadente. Calidez que se distribuye delicada, invisible sobre cada rincón de la dermis…

Dilatación: La vida se reparte anárquica y despreocupada.

Respiración... Profundo. Más profundo: Lo que vive ahora parece inagotable e insaciablemente devora todo oxígeno.

Circulación: Repleta cada célula se embriaga de la brisa. Tambalea y empieza el baile entre las luces ondulantes, circulantes.


Circulando.

Circulando...

.... cada vez más rápido.

Violento.

Violencia.

Y de un golpe seco, caída vertical.



Sin voluntad, una vez más, y en un solo sentido.

Contracción a contra-voluntad. Se cierra el alma, la boca, la sensibilidad, los dientes, y la necesidad de pedir ayuda.

El ruido abrumador se toma por asalto la razón.

No hay aire.

No, no hay necesidad de nada.

Vacío.

Suspensión.

Colgarse de los cielos con las uñas: Testarudo!

Colgarse indolente sobre el máximo nivel. Insoportable.


Grito sordo que ingresa en las entrañas, grito helado que separa los tejidos. Metálicas mordidas, arenosas, que atraen hacia los adentros, lo más filudo y seco de la habitación. Ingresa. Penetra... Y de violeta a rojo intenso siento tus caderas contra mi cuerpo. A contra luz, tus brazos, dedos, y tu perfil absorbiéndome en tu cuerpo. Y viajo súbitamente hasta el abrazo más asfixiante, y me tragas. Hasta el suspiro más profundo, hasta el éxtasis más sublime, y me cubres. Sujetando los gestos retorcidos en mi rostro para soltarlos en un solo deleite de cansancio.

Y otra vez más, por favor, no, otra más. Qué larga que es la noche. Por qué no habrá descanso.

Los huesos se aprietan desde la misma médula, traqueando con metales. Me he tragado una granada y adentro los restos empiezan a descomponerse. No queda silencio capaz de acallar el ruido de los tubos que cuelgan y me trepo. Y escalo de manos sostenida. Y se cuelga otra vez el cuerpo acongojado: Sin descanso. Sin atrición, sigue consciente.


La vida que pasa por esta noche se encuentra inoperante. La vida que viene, que veo lejana, la vida que estalla, la que brilla, la de los eclosivos despertares. Ya no existe.



Más allá queda la ausencia futura.

Sólo eso.

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