Suave.
Al tacto mi fino pelo negro es suave, delicado, y aunque la fuerza de mis dedos
podría arrancarlo todo, por completo, éste, volvería a crecer por todas partes. Una y otra, y otra, y otra vez, lo sé. Pero seguiría saliendo suave.
¿Qué
es la pupila? ¿De qué están constituidos los ojos que no sienten, que
distancian a las pieles -aún más que mis pelos- y a los seres? ¿Por qué lo que
dicen tus ojos pueden cegarte ante lo bello?
Suelo
despertar varias veces en la noche, por el sonido de mis mandíbulas,
recordando a Espinoza, a los indios y sus gritos, y a los olores del ganado que
cambia de acuerdo a la estación del año. Metida entre las faldas de Espinoza guardo en el cuerpo la sensación del miedo a sus ruidos. Y este, es el
mismo miedo que estalla cuando veo sus ojos. Los de los otros. Los de todos. Hasta que empiezo a hablar y entonces se callan. Atentos. Acallan también a sus pupilas sordas. O como cuando me
muevo, y se maravillan: primero observan, sin conseguir juntar la imagen con el
movimiento.
¿Qué soy yo? ¿Y qué estoy haciendo? Entonces les invade la mórbida curiosidad, y me piden una pieza. Pero nunca mirando al rostro. Maravillados como un niño al pisar un sapo que se revierte por completo, vísceras afuera, ellos miran mi cuello, mis codos, mis dedos. Pero no me miran a los ojos, no al rostro, no… ni tampoco notan que mis pelos son tan suaves. Nadie lo ha notado, sin importar cuantas veces me rocen los brazos, o las manos, o aunque por casualidad durante el baile su nariz roce los pelos de mi cuello o de la frente. Lo suave, no lo notan. Huyen de la confrontación con sus propias percepciones. Ellos piensan. Ellos planifican. Ellos investigan. Ellos hacen cuentas.
¿Qué soy yo? ¿Y qué estoy haciendo? Entonces les invade la mórbida curiosidad, y me piden una pieza. Pero nunca mirando al rostro. Maravillados como un niño al pisar un sapo que se revierte por completo, vísceras afuera, ellos miran mi cuello, mis codos, mis dedos. Pero no me miran a los ojos, no al rostro, no… ni tampoco notan que mis pelos son tan suaves. Nadie lo ha notado, sin importar cuantas veces me rocen los brazos, o las manos, o aunque por casualidad durante el baile su nariz roce los pelos de mi cuello o de la frente. Lo suave, no lo notan. Huyen de la confrontación con sus propias percepciones. Ellos piensan. Ellos planifican. Ellos investigan. Ellos hacen cuentas.
Anoche
me propuso matrimonio otro negociante, mirándome a las manos, y cerrando las fosas
nasales con toda la discreción posible. Pero todo es muy poco para la libertad de mi
mundo. Así que salí a bailar con otro, buscando encontrar a un vidente. O tal
vez ya no lo busco.O tal vez tan sólo le pregunto al mundo, en cada intento que
hace por compararme ¿cuánto pueden pagar por liberarse a sí mismos de su propio asco a la vida
que les dieron, y que no han decidido asumir?
No, acertaste. Yo no soy fina dama en busca de una galante vida. Pero soy fina, sí, delicada, educada, lo que no soy es dama. Eso no. ¡A mí la
vida me regaló un mundo entero! Yo no busco una vida, nací con ella. Mi destino
estaba ya cargado de conocimiento cuando empecé a viajar por el mundo. Espinoza
lo sabía, por eso no me abandonaba. ¡Porque el asombro mórbido es la gracia de
mi suerte! El único ser, fuera de Espinoza, que me ha mirado a los ojos, más
allá de mi mundo, fue Charles. Algo hubo en esas charlas que me dieron la luz. Pero
eso es otro cuento. El cuento aquí son mis conquistas, y que el mayor de todos los
conquistadores que he conocido ha sido Theodor. ¡Con él conquistamos tantos pueblos! Con él viajamos. Entonces viajábamos, que ya no es ahora. Y ese, fue un tiempo intenso, lleno de violencia y éxitos. Fue un tiempo frío e
incendiario. Se siente de otro modo la temperatura cuando en la piel de todo el
cuerpo los pelos transmiten los cambios del clima y las energía. Eso nunca nadie lo entiende. Como
no entienden que mis dientes no son duros ni filados. Es que a ellos les gusta mirar,
y delirar haciendo moldes.Les gusta medirlos, y hacer comparaciones de mis dos hileras con todo lo que a ellos se les ocurre. Y
hacen reportes. Por eso pagan, ¿no? Yo prefiero siempre, bailar, pero no en todos los
pueblos hay salones. Ahora último, que era entonces, sí, entonces, sobre todo
entonces, ya no hubo salones. Y Theodor estaba muy nervioso por mi embarazo.
Irascible. Incluso le pegó a nuestra hija en gestación, adentro de esto que soy
yo y puede repetirse. ¿Pero a qué le temía él, si yo le hice la vida?
El
tiempo va pasando, ya para qué hacer el cuento de su muerte. Ella nació y ya no
está, pero sí está su cuerpecito junto al mío. Siguen mirándonos, siguen
pagando. Y seguiría bailando, pero el dolor lo impide. ¿Qué dolor?, ¡si ya
no siento! Aunque escucho, sí. ¿Saben? Puedo escuchar sus charlas tras el vidrio, dando vueltas por
todos los salones del museo. Y veo. Ahora, ya me miran al rostro.
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